Por: Federico Fernandez Giordano
El gusto por las experiencias visionarias y el empleo de psicoactivos viene de antiguo, desde los selvorícolas adoradores del yagé a los burgueses urbanitas consumidores de éxtasis.
No es casual la poderosa semejanza entre las experiencias psicotrópicas y las metáforas líricas de lo onírico, de las que los poetas románticos eran consumados maestros. Pese a que la finalidad entre unos y otros parece distante, y pese a la consabida falta de espiritualidad que al parecer sufrimos en Occidente, las razones fundamentales que mueven al hombre en busca de estos alteradores de la conciencia suelen ser las mismas: eludir la racionalidad, vencer el laberinto de la lógica, trascender la causalidad y el transcurso irrefrenable del tiempo.
Paraísos artificiales. La exposición “Sous influences: artistes et psychotropes”, en la Maison Rouge de París, acoge hasta el 19 de mayo un heteróclito conjunto de hasta 250 obras, de artistas que en algún momento incursionaron en los planos alucinantes y alucinados de la farmacopea, la adicción y el ensueño narcótico. El relieve de una divinidad asiria sosteniendo una flor de amapola, cortesía del Louvre, saluda a los visitantes ante el umbral del “Swinging Corridor” de Carsten Höller, dando buena medida del recorrido de 360 grados que abarca la exposición. Desde la explosión demográfica del opio y el hachís en pleno siglo XIX, pasando por las vanguardias, hasta destacados representantes de la era pop, del nuevo milenio y la más rabiosa posmodernidad.
Entre las numerosas alusiones a Baudelaire y el Club de los Hachisianos, encontramos una de las joyas de la muestra: 9 gouaches sobre papel realizadas por Hans Bellmer en 1949, para una edición de Los paraísos artificiales que nunca llegó a publicarse. Ni el venerable científico Jean-Martin Charcot escaparía a los humos opiáceos de moda, como atestigua un dibujo de su firma al más puro estilo “désordre d`idées”. Las “drogas lícitas” también son homenajeadas: el macro objetivo de Jeanne Susplugas nos acerca a un recipiente de píldoras de proporciones arquitectónicas, como si se tratara de una sublimación del infierno de la medicación cotidiana; el café, el tabaco y el éter vistos por Edson Barrus y Gabriel Pomerand; Raymond Hains y su prototipo para lentes que distorsionan la realidad; y por supuesto el alcohol, con profusión de evocaciones como la escultura anamórfica de Markus Raetz. Más allá, fumadores de opio, experiencias cocainómanas, morfina y heroína, visiones orientalistas de la mano de Erró, compendios de herbolarios, venenos y remedios, cereales, cornezuelo de centeno, barbitúricos, hipnóticos, incluso alguna obra plástica de Albert Hofmann, inventor del LSD.
A la vanguardia. Con sus “Cabezas transparentes” y su marco vacío de contenido, copia del original perdido, Francis Picabia nos introduce de lleno en el radicalismo de las vanguardias. Allí están Artaud, Witkiewicz y sus retratos CCC (alcohol, cocaína, cafeína) en colores pastel; Jean Cocteau en su reposo de vigilia onírica, o las sugerentes “Escrituras mescalínicas” de Henri Michaux, en las que el artista dejó testimonio con precisión febril de las subidas y bajadas de su particular experiencia poética. Diseños y collages inspirados por la psilocibina y el peyote, vindicaciones de la psicodelia y el cáñamo, y una curiosidad (otra más): el revoltijo titulado “Le bouquet”, obra colectiva firmada por Allen Ginsberg, Gregory Corso, Peter Orlovsky y Ghérasim Luca en algún lugar de París a finales de los 50.
Piezas como trofeos de un proceso de autodestrucción en curso. Resina de cannabis, ceniza o papel de fumar como materia prima de obras y performances; jeringuillas, grajeas, cucharillas y cintas de plástico erigiéndose en paleta muerta del descenso a los infiernos. También hay un rincón para el narcotráfico, con proyecciones de El sicario, o Hervé di Rosa y su “Guernarco”, obra de histriónico colorido pop que sirve para realzar la virulenta y en absoluto estilizada realidad del cártel hispanoamericano.
Psicodelia y underground. Pero no todo iba a ser sórdido y oscuro en este transcurso, la inventiva no tiene límites y “la aspirina es el champán de la mañana” (reza una oportuna proclama de Susplugas). Los manuales de botánica del siglo XVI sirven de marco para la instalación de Frédéric Post, que nos devuelve la imagen de un crisol humanista adaptado a los códigos de consumo after-pop; la botella de vino de Robert Filliou aspira a la inocencia y pureza de la botella de leche con un toque de humor.
Un estallido de color nos avisa de que nos adentramos en el mundo de la psicodelia, el underground y la cultura hippie de los años 60. Tonos vivos, fluorescencias, tipografías deformadas, saturación de superficies en multitud de afiches y portadas musicales que reivindican el poder del efecto en contraposición a la profundidad del contenido.
Y también la experiencia chamánica o religiosa: ayahuasca, plantas sagradas, instalaciones hipnóticas en forma de linterna mágica conviviendo en armonía sincrética con la posmodernidad y el Art Nouveau. La contemplación neo-espiritual de Buda en circuito cerrado de video, del coreano Nam June Paik; la experiencia “trip” en “Lucy in the Sky With Diamonds” de Robert Malaval, de inspiración beatleniana; infaltables homenajes a William Burroughs; David Kramer, el verano del amor de Nueva York a la Costa Oeste; un extracto del Aleph Sanctuary de Mati Klarwein, que se hizo célebre por sus portadas de Hendrix o Santana: toda una iconografía contracultural formulada bajo el influjo caleidoscópico de los alucinógenos.
Ya en los 90, y caminando hacia nuestro tiempo, la japonesa Yayoi Kusama nos introduce literalmente dentro de una amanita muscaria, en un espacio acentuado por el juego infinito de espejos y gigantescas estructuras micológicas, donde el visitante experimenta la sensación de vivir en el interior de la proverbial seta alucinógena.
Más hongos, esta vez como bombas atómicas, en Takashi Murakami y Frédéric Pardo; con “Alice Travel Company”, Philippe Mayaux nos sumerge en el mundo de las maravillas sacado de Lewis Carroll.
Las salas finales muestran un conjunto de video-art, piezas publicitarias, spots musicales; Images du monde visionnaire de Henri Michaux en colaboración con Eric Duvivier; Kusama`s Self-Obliteration de Yayoi Kusama… Incluso los carteles de las grandes marcas del perfume y la moda son emparentados con el vocabulario de la adicción.
La controvertida imagen del conocimiento humano como figura racional y mesurable choca de frente con las experimentaciones de los artistas psicotrópicos. No en vano, en la mirada alucinógena cristaliza la percepción imposible de un número ilimitado de cosas, en contraposición a lo limitado por la razón. Tanto en una como en otra, la comprensión termina volviéndose intuitiva, y la cualidad de esa comprensión está fuera de todo análisis. “La locura enviada del cielo es superior a la cordura creada por el hombre”, nos enseñaba el Fedro de Platón; y visitar “Sous influences” es adentrarse por algunos de los hemisferios más excéntricos y fantasmagóricos de la mente humana; mundos de iluminación o delirio que fueron vistos por el ojo quimérico de la percepción, pero expresados con rigor científico por el medio plástico del arte.
FUENTE: http://www.elpais.com.uy/cultural/bajo-la-influencia.html
Aquí una muestra de la obra de los artistas que expusieron en Sous Influences