Las “drogas legales” no son menos problemáticas que las “ilegales” pero nos permiten pensar sobre el mundo más allá de la autorización estatal y su represión.
Es probable que tomes café en tu vida diaria, que lo hagas rutinaria o esporádicamente y que prefieras tomarlo en papel, barro o vidrio; frío o caliente. El café es extremadamente útil y bien aprovechado, tiene la posibilidad de facilitar conversaciones y hacer llevaderas jornadas agotadoras. Probablemente su efecto más conocido sea que ayuda a mantener la mente despierta, aunque sus riesgos gástricos y para corazones débiles nos son repetidos hasta el cansancio.
El café se consume en casi todo el mundo pero no sólo de estas maneras. Hay gente que utiliza analgésicos cafeinados para combatir el sueño o para combatir el dolor, pero también hay quienes aprovechan que el ácido acetilsalicílico combinado con cafeina es más efectivo para los dolores relacionados al sistema nervioso (neuralgias).
En general sabemos llamar de maneras distintas a varias infusiones de café diferentes de acuerdo a las opciones que los gringos les aprendieron a los italianos durante sus intromisiones europeas porque luego los primeros le explicaron al mundo que el café se toma de cierto modo y se nombra de cierta manera. El café suele estar ligado a la hospitalidad, como el té y otras bebidas, porque es reconfortabte y nos ayuda a realizar las actividades que nos esperan. Esto es particularmente importante en algunos espacios del mundo musulman que hoy está siendo arrazado en pos de un brevaje más obscuro y denso.
En México sabemos tomar café como gringos y también a nuestro modo, como lo hacen varias culturas del mundo que tanto localizamos en los productos que nos llegan como participes de su globalización. La glocalidad del café es una historia de sufrimento y muerte como lo son la de la mayoría de las “comodities” legales o ilegales porque la voracidad arrastra sangre y vidas con los productos que acapara.
¿De dónde viene tu grano? ¿México? ¿Melanesia? ¿Colombia? ¿Costa de Marfil?
Donde crece café corre la sangre y no tiene nada que ver con el café (como, tampoco con la coca, las amapolas o la ganjah) tiene que ver con que desde hace siglos hay un grupo de gente que se considera con el derecho a venir a nuestras casas y robarse todo lo que le interese (aquello que quieren comprar sus avariciosos consumidores) con la simple lógica de “o me lo das y te mato o te mato y te lo quito”.
Afortunadamente la cafeina y el café tienen mejor reputación que la mayoría de las sustancias que trabajan con nuestras neuronas (quizás porque nos hace más rentables a la explotación) pero esto y que su saqueo sea igual de sanguinario nos permite argumentar que el problema no son las sustancias si no su comercialización rampante.