La falla no es tener una opinión sobre las drogas basada en creencias personales, el yerro gravita en colocarla por encima de un tema donde se ha comprometido el derecho a la vida, entre otros, precisamente por la violencia provocada por la guerra contra las drogas.

Por Ernesto López Portillo- @ErnestoLPV y Claudia Rodón Fonte- @rodona68

Con la mariguana sucede como con el fútbol, todo mundo tiene una opinión que considera mejor a la de los otros, sepa o no sobre el asunto. Quien nunca, alguna o muchas veces le ha pegado al balón de pronto siente que puede corregir la estrategia del mejor director técnico del mundo; o quien jamás, alguna o muchas veces ha usado la mariguana, igualmente suele ir por el mundo señalando cuál debe ser la política pública en materia de drogas. En esos casos la opinión a la que todos tenemos derecho se confunde con el saber especializado necesario para soportar la toma de decisiones, ya sea por parte de quien dirige a un equipo de fútbol o bien por quien desde un cargo público es responsable de atender el tema de las drogas. Ahora, las consecuencias no son las mismas. Malas decisiones en el primer caso cuestan perder partidos, pero en el segundo implican riesgos y daños contra los derechos humanos de las personas.

El gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez Calderón, nos regaló un buen ejemplo de esta confusión diciéndonos qué piensa sobre la mariguana, al parecer sin importarle lo que hoy se sabe sobre su uso: “Todo aquél que se mete mugrero termina loco. Nunca estaría a favor de legalizarla”, dijo. La frase no podría ser más honesta, el problema es que justamente desde un discurso similar se declaró en Estados Unidos la guerra contra las drogas hace casi medio siglo y en México sus costos incluyen decenas de miles de muertes violentas.

La falla no está en que el gobernador tenga una opinión basada en sus creencias personales, el yerro gravita en que la colocó por encima de un tema donde se ha comprometido el derecho a la vida, entre otros, precisamente por la violencia provocada por esa guerra. Quizá ese gobernador dice lo que muchas otras personas en cargos de elección popular piensan y sienten; acaso ellos han decidido, precisamente por el impulso de sus prejuicios, jamás asomarse a las bibliotecas enteras que vienen reuniendo evidencia científica sobre el uso de la mariguana, acervos en donde puede encontrarse información como la siguiente.

Comencemos por recordar lo que es la mariguana. Es una planta, un arbusto que puede crecer silvestre de forma anual. Pertenece a la Familia Cannabaceae, su género es Cannabis y existen tres especies: sativa, índica y ruderalis (de mayor a menor tamaño); las primeras dos son las más consumidas y pueden hacerse cruzas que producen híbridos fértiles, por lo que hay una gran variedad de subespecies. La planta macho, conocida como cáñamo, tiene una gran variedad de usos industriales (textiles, aglomerados, aceites, papel y biocombustibles, entre otros) y es difícil distinguirla de la hembra si no ha habido floración. Las plantas hembras producen inflorescencias que son más ricas en la concentración de los principios activos (canabinoides) antes de ser fecundadas, por lo que los machos se retiran antes de liberar el polen. Los principales canabinoides son el THC y el CBD (hay más de 100 tipos); para ambos se han encontrado diversos efectos medicinales. El THC es la sustancia responsable de los efectos psicoactivos de la planta. En la actualidad hay una gran cantidad de especies que contienen una proporción THC:CBD que prioriza, bien el efecto psicoactivo (+THC) o el medicinal (+CBD).

Ahora respondamos lo siguiente: ¿hace daño el uso de la mariguana? A pesar de que la mariguana no tiene dosis letal (no se sabe de muerte alguna por sobredosis), su uso no está exento de riesgos, como ocurre con cualquiera otra sustancia psicoactiva. Fumada o ingerida, su toxicidad es mínima (si bien el efecto es más potente y duradero en el segundo caso –principalmente porque no es posible controlar la dosis-). Buscando la dosis letal, a mediados del siglo XIX se inyectaron, vía intravenosa, 57 gramos de extracto líquido de mariguana a un perro de 12 kilogramos de peso; para sorpresa de los investigadores, el perro durmió profundamente durante un día y medio y despertó sin ningún otro efecto. Tal dosis equivale a que una persona fume entre medio y un kilo de mariguana.

Los peores efectos de la mariguana, para algunos, resultan de su uso acompañado con alcohol y la posible aparición de lipotimia, mejor conocida por los más versados en su uso como “la pálida”, que es una bajada súbita de la presión sanguínea que puede ir acompañada por vómito y desmayo; el desmayo lipotímico es una reacción del organismo para adquirir una posición horizontal donde el cerebro recibe mejor flujo sanguíneo pues la mariguana aumenta el consumo de oxígeno y el alcohol es vaso dilatador. Para otras personas, un efecto no deseado de la mariguana puede ser la paranoia. Su uso no se recomienda a personas que padecen alguna enfermedad mental, personas que trabajan con maquinaria o conduciendo vehículos, a mujeres embarazadas o personas menores de 18 años, ya que no han concluido el desarrollo de su sistema nervioso central. Hay estudios en adolescentes que señalan que sucede una pérdida de memoria de corto plazo asociada al consumo, y otros donde los adolescentes presentan síndrome amotivacional; ambas situaciones se revierten al suspender dicho consumo.

Una pregunta más: ¿porqué se prohibió originalmente el uso de la mariguana? Quizá nadie sabe exactamente la “razón” por la que específicamente la mariguana se prohibió, lo que sí se sabe es que fue una política nacida en Estados Unidos y de ahí exportada al resto del mundo. Primero, en 1906, el Distrito de Columbia (D.C.) reguló el cultivo de la planta, le siguieron otros estados y en 1932 culminó con el “Uniform State Narcotic Act”, donde se convoca al resto de los gobiernos estatales a sumarse inequívocamente a la campaña nacional para criminalizar, o al menos regular el uso del cáñamo. Durante la Convención de la ONU para la Supresión del Tráfico Ilícito de Drogas Peligrosas de 1936, en Ginebra, Estados Unidos promovió un tratado para la criminalización de la mariguana, la hoja de coca y el opio; incluía el cultivo, manufacturación y distribución (exceptuando la investigación para usos médicos y científicos). No se firmó en ese momento.

Se sabe que dos compañías participaron activamente en la campaña contra la cannabis; primero DuPont, que en esas épocas estaba consolidándose en la industria petroquímica y segundo Hearst Company (hoy la multinacional Kimberly Clark), una de las principales papeleras del vecino del norte. Siendo el cáñamo una planta sumamente versátil, su producción podía amenazar a la DuPont por la producción de biodiesel –más barato que la gasolina- y a Hearst Company en la producción de papel –una hectárea de cáñamo produce cuatro veces la cantidad de papel que se logra con una de árboles-.

Junto a éstas, la ya consolidada industria tabacalera y la industria farmacéutica jugaron también un papel proactivo para forzar al entonces “Federal Bureau of Narcotics” para que se criminalizara el cultivo. Fue en ese momento que se acordó dejarla de llamar “hemp” –cáñamo- para sustituirlo por el término utilizado en aquella famosa canción mexicana de tiempos de la revolución: “la cucaracha, la cucaracha, ya no quiere caminar, porque le falta, porque no tiene, mariguana que fumar…”. Esto ayudó a consolidar el estigma sobre la planta, acompañado de una campaña mediática durante las décadas de los treinta y cuarenta, que poco a poco fue penetrando hacia al resto del mundo. Por fin lograron incluirla en la lista de las sustancias que tienen “valor terapéutico escaso o nulo” dentro de la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes.

En 1972 la llamada Shafer Commission, creada dos años antes por Richard Nixon, el entonces presidente de los Estados Unidos, presentó su reporte “Mariguana, a Signal of Misunderstanding”, donde afirmó que la mariguana era menos tóxica que el alcohol y recomendó terminar con la prohibición y activar otras medidas para desalentar su uso. Sin embargo, el presidente prefirió sepultar el reporte. No sobra recordar algunas de sus palabras: “Una persona no bebe para emborracharse […] bebe para divertirse. Debes saber que la homosexualidad, la droga y la inmoralidad son los tres grandes enemigos de la sociedad”. Desde este pensamiento fundado en valores cristianos inició la guerra contra las drogas. Cuarenta y tres años después, Jaime Rodríguez Calderón, el gobernador de Nuevo León, nos recuerda que medio siglo de fracasos y violencia en la persecución de las drogas no parecen haber sido suficientes para detener la guerra en México y apoyar alternativas regulatorias inspiradas en las experiencias avanzadas en el mundo.

Terminamos esta primera entrega recordando que, según la UNODC, sólo entre el 10 y el 13% de los consumidores hace uso problemático de sustancias psicoactivas ilegales y, de ellos, apenas una fracción genera dependencia. Sobre las devastadoras consecuencias de la prohibición y persecución de la mariguana y las alternativas a la guerra hablaremos mañana en la segunda entrega.

Fuente original: Animal Político- http://www.animalpolitico.com/blogueros-ruta-critica/2015/11/03/mariguana-para-principiantes-de-nixon-al-bronco-1/