MÉXICO: EL CAPITALISMO CRIMINAL 

Por Raúl Romero* – @cancerbero_mx

El capitalismo encomienda el destino de los pueblos a los apetitos financieros de una minúscula oligarquía. En cierto sentido, es un régimen de delincuentes.

Alain Badiou

El problema

El 11 de diciembre de 2006, apenas diez días después de haber asumido la presidencia de México, Felipe Calderón Hinojosa anunció la puesta en marcha del “Operativo Conjunto Michoacán” para combatir al “narcotráfico” en ese estado del país. El operativo implicó la coordinación de al menos 11 organismos federales, entre los que destacan el Ejército Mexicano y la Secretaría de Marina.

El operativo en el estado de Michoacán fue el inicio de la militarización de la seguridad pública, medida que caracterizó al gobierno de Calderón, y que hoy continúa con Enrique Peña Nieto. En poco tiempo, fuerzas militares, marinos y policías federales fueron desplegados por todo el territorio nacional bajo el mismo pretexto: combatir al narcotráfico.

En diciembre de 2008, los gobiernos de México y Estados Unidos de América (EUA) firmaron la primer “Carta de Acuerdo de la Iniciativa Mérida”, un programa al que el Congreso de EUA destinó 2.3 mil millones de dólares. La Iniciativa se basa en cuatro “pilares”:

1) afectar la capacidad operativa del crimen organizado,

2) mantener el Estado de derecho,

3) crear la estructura fronteriza del siglo XXI

4) construir comunidades fuertes y resilentes.

Desde entonces, el gobierno de EUA ha asesorado, intervenido logística y operativamente o proporcionando armas o recursos económicos; violentándose claramente la soberanía de nuestra nación. Comenzó a evidenciarse así la dimensión geopolítica y los verdaderos objetivos del conflicto, pues como nos recuerdan Gian Carlo Delgado y Silvina Romano, “la militarización/paramilitarización de la región se vuelve indispensable para garantizar la realización y transferencia de excedentes”.

Hoy, casi nueve años después de iniciada la “guerra contra el narcotráfico” y a siete de la firma de la Iniciativa Mérida, la sociedad mexicana se encuentra sumergida en la barbarie absoluta: más de 120 mil personas asesinadas, más de 23 mil desaparecidas y más de 160 mil desplazados de sus lugares de origen, esto según las cifras más conservadoras. Peor aún, pareciera que las fuerzas del “narcotráfico” no sólo no han disminuido, sino que se han fortalecido y extendido por todo el país; al tiempo que los proyectos extractivistas se incrementan y las reformas estructurales terminan por despojarnos de derechos y bienes sociales nacionales ganados en otras luchas.

Estos sucesos nos hacen preguntarnos si en verdad la guerra es contra el narcotráfico, como nos lo ha repetido la clase gobernante de este país a través de los medios masivos de comunicación. Basta con mirar más allá de nuestras fronteras y nuestro tiempo para encontrar respuestas y entender los motivos de la guerra. Es precisamente esto lo que intentamos desarrollar a continuación.

Aquí planteamos que el “narcotráfico” no es más que el argumento “legitimador” de un proceso mucho más complejo: la existencia de un capitalismo criminal, el cual tiene por objeto dinamizar la economía mediante la guerra, facilitar los procesos de despojo y acumulación, eliminar las resistencias y la mano de obra desechable, al mismo tiempo que mediante el miedo y el terror, se busca controlar a la sociedad. Sostenemos además que este capitalismo criminal es parte de una reconfiguración global del sistema en la que EUA, con sus aliados en la Unión Europea, buscan recuperar y fortalecer su hegemonía, por lo que en otros países y regiones se fabrican adversarios similares al “narcotráfico” para extender la guerra y continuar con el despojo, por ejemplo el Estado Islámico y otros grupos “terroristas” en Medio Oriente.

Para sostener este argumento, apelamos a experiencias pasadas y presentes, a análisis de casos concretos y disertaciones teóricas que se han elaborado sobre el mismo problema en otras regiones o sobre problemáticas similares con los mismos fines. Miramos con anteojos prestados otros calendarios y otras geografías para buscar claves de análisis de nuestra realidad inmediata.

El trabajo se compone de cuatro apartados. En el primero, Nuestros anteojos, hacemos un breve repaso de las diferentes escuelas de pensamiento que han abordado el problema y definimos los principales conceptos que ayudan a comprender el proceso abordado. En el segundo y tercer apartado, El capitalismo criminal y El Estado criminal, analizamos las formas y repercusiones económico-financieras y jurídico- políticas de esta forma del capitalismo. En último bloque presentamos nuestras consideraciones finales.

Aquí se plantea como “estudio de caso” al México de nuestros días, donde vemos las expresiones más terribles del capitalismo criminal, sin embargo, creemos que los planteamientos generales –con sus respectivas contextualizaciones– bien pueden ser útiles para explicar a otros países del Centro y Sur de América, del África Occidental y en general a otros países donde las corporaciones criminales se han asentado.

Nuestros anteojos

Somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más y más lejos que ellos, no por la agudeza de nuestra vista ni por la altura de nuestro cuerpo, sino porque somos levantados por su gran altura.

Bernardo de Chartes

El fenómeno del crimen organizado como objeto de análisis en las ciencias sociales se ha vuelto una constante, lo que nos demuestra la amplia preocupación en el medio por explicar sus efectos y sus raíces. Google académico ofrece 53,300 resultados al poner la palabra “crimen organizado” en su buscador, y en las bibliotecas de la Universidad Nacional Autónoma de México tienen 263 libros que incluyen esta misma palabra en su título, la mayoría de ellos escritos entre 1990 y 2013.

Los trabajos sobre las “mafias” son el antecedente más importante, pero hay enormes diferencias. La forma de organización de las mafias era “artesanal”, muy semejante a los pequeños burgos que potenciaron el desarrollo del capitalismo. Eran grupos organizados de forma gremial, compuestos principalmente por familias y redes de familias que compartían una misma identidad –étnica, nacional o religiosa–, con territorialidades limitadas y con inexistente división del trabajo.

Lo que llamamos crimen organizado es completamente diferente a la forma de organización de la mafia. Si quisiera hacerse una genealogía y buscar los origines de esta expresión del mercado, sería necesario rastrear desde ahí y quizá desde más atrás. Al respecto, Magdalena Galindo escribe que:

El crimen, por supuesto, ha acompañado a la humanidad desde sus inicios, pero hoy no es el mismo que prevaleció durante siglos. Lo que quiero destacar es el paso de una criminalidad, digamos artesanal, a un amplio proceso de industrialización y de internacionalización hasta llegar a convertirse en verdaderos consorcios globalizados.

Ahora bien, dentro de los diferentes abordajes que desde las ciencias sociales se han hecho, existen variantes que no sólo obedecen al tiempo y al espacio desde donde se realizan, sino a adscripciones ideológicas que se ven reflejadas en los instrumentos teórico-metodológicos que se utilizan.

En la bibliografía que hemos revisado encontramos tres grandes corrientes:

  1. La que observa al crimen organizado como un problema de seguridad y como una anomalía del mercado.
  2. La que concentra su análisis en problemas como la corrupción y aspectos de la “cultura política”.
  3. La corriente crítica, erigida principalmente sobre conceptos y teorías marxistas clásicas y contemporáneas.

Cada una de estas corrientes analiza problemas reales y aporta elementos interesantes –muchos de ellos complementarios– para la comprensión de nuestro tema. Sin embargo, la primera busca defender o sostener el orden dado, es decir el capitalismo, lo que le impide entender que el crimen organizado es precisamente una expresión del capitalismo y no una falla del mercado; como quiere verlo. Por su parte, la segunda línea de trabajo se olvida –intencional o inconscientemente– de vincular su objeto de análisis con fenómenos estructurales y plantear el problema en perspectiva histórica, por lo que no comprende que la “corrupción” es completamente funcional a la dinámica del sistema capitalista.

En lo que a este escrito respecta, suscribimos y utilizamos el andamiaje teórico-metodológico de la corriente crítica, la cual a su vez también contiene formas distintas de abordar al crimen organizado, todas ellas complementarias y coincidentes al momento de mirarlo como un fenómeno consustancial al capitalismo, pero con diferencias en cuanto a las posibles soluciones y alternativas. Destacamos dos de estas líneas de investigación:

a. Los trabajos de autores que sostienen que el crimen organizado es resultado de estrategias neo-imperialistas y re-colonizadoras. El crimen organizado es visto como una empresa o corporación capitalista, mediante la cual se asegura la acumulación por desposesión, con la que las metrópolis o centros imperiales garantizan el abastecimiento de recursos naturales y materias primas. El problema es visto fundamentalmente desde una dimensión sistémica y geopolítica.

b. Los que destacan al crimen organizado y al terrorismo como instrumentos para generar control, reproducir el sistema a través de la biopolítica y asegurar la reproducción del capital.

En este ensayo intentamos hacer dialogar en lo posible a estas dos corrientes, pues consideramos que así se alcanzará una visión más general de dicho fenómeno.

El capitalismo criminal

El 17 de junio de 1971, en medio de la crisis económica y social que hacía tambalear a la clase gobernante, el entonces presidente de los EUA, Richard Nixon, señaló que las “drogas” eran el principal enemigo de los EUA. Tres años después, en 1974, el gobierno norteamericano comenzó a invertir fuertes cantidades de dinero en países productores de materias primas para la elaboración de drogas, con el argumento de “erradicar el problema de raíz”. Vale destacar que la mayoría de estos países se ubicaban en América Latina y Medio Oriente.

La “guerra contra las drogas” tomó rápidamente centralidad en los discursos y acciones bélicas de los EUA. Junto a los “comunistas” y al “terrorismo”, las drogas fueron utilizadas como argumento para intervenir política, económica y militarmente en otros países. Al mismo tiempo, la economía de EUA –basada principalmente en el negocio de la guerra– se reforzó y la presencia de sus principales empresas continuó expandiéndose por todo el globo. Al respecto, Silvina Romano escribe que “luego de la desarticulación de la Unión Soviética, el enemigo interno se reciclo de diversas formas: inestabilidad, crimen organizado, terrorismo, narcoterrorismo, etc.”12

Las drogas, o más precisamente el narcotráfico, cumplen a lo interno de las naciones con territorios estratégicos, la función del “enemigo interno”; un enemigo que a la vez es planetario y al que hay combatir con todos los recursos apoyando a los “gobiernos aliados”. Si el gobierno de la nación que se busca intervenir no es aliado, entonces se le acusará de patrocinar al terrorismo o de tener vínculos con el crimen organizado.

Donde hay “gobiernos aliados”, se busca construir o mantener la cohesión de la sociedad en torno al grupo que detenta el poder y se fabrica en el imaginario colectivo la idea de que, quien se opone al grupo en el poder, se opone a la sociedad en general. Progresivamente, el grupo en el poder va suprimiendo o restringiendo libertades y derechos individuales y sociales, criminaliza a la oposición y genera control a través del terror. Es por medio de la propaganda y de los medios masivos de comunicación que se infunde el terror y se “legitima” la guerra.

Pero, si bien es cierto que las drogas y el narcotráfico son parte de una construcción mediática del enemigo interno para generar miedo, terror y justificar intervenciones políticas, económicas y/o militares, también hay que reconocer que en las últimas cuatro décadas el mercado de las drogas se ha vuelto un factor importante en la economía global. Sin embargo, el mercado de las drogas es tan sólo una parte más de toda una economía criminal controlada principalmente por el crimen organizado.

Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés), el crimen organizado transnacional se caracteriza por actuar en más de un Estado e “incluye virtualmente a todas las actividades criminales serias con fines de lucro y que tienen implicaciones internacionales”.

El crimen organizado transnacional contempla al menos 23 delitos, entre los que destacan: lavado de dinero, secuestro, tráfico de armas, tráfico de personas indocumentadas, trata de personas y narcotráfico. Todas ellas son viejas formas de acumulación de capital, “ramas productivas” que han pasado a ocupar un papel central en la economía global.

El crimen organizado es un negocio que aglutina a otros y que genera ganancias millonarias. De acuerdo con datos de la propia UNODC, en 2009 el crimen organizado transnacional generó ganancias por 870 mil millones de dólares en todo el mundo, equivalente al 1.5% del PIB mundial de ese año. Entre los negocios más redituables estuvieron la venta de cocaína y heroína (320 mil millones de dólares), la trata de personas (32 mil millones de dólares), el tráfico ilícito de armas (entre 170 y 320 millones de dólares) y el tráfico ilícito de recursos naturales (3,500 millones de dólares).

Mucho del dinero que se obtiene de estos negocios es lavado en algunos de los principales paraísos fiscales, ubicados en Suiza, Luxemburgo, Hong Kong, los Emiratos Árabes Unidos, Liberia, Nigeria, las Islas Caimán y EUA. En el mismo sentido, Magdalena Galindo nos recuerda que “los narcotraficantes no sólo recurren al mercado financiero para lavar dinero (…) también se blanquean fondos a través de la inversión en inmuebles, a través de las falsas ganancias en el juego, o incluso a través de subastas de arte” y nos insiste que este dinero no se queda en el ámbito de lo ilegal, pues “los sistemas de blanqueo no se limitan a utilizar los paraísos, también operan en los mercados normales, de modo que cada transacción de blanqueo incluye por lo general un paraíso y dos, tres o más mercados normales”.

El crimen organizado transnacional es un negocio que borra las fronteras entre lo legal y lo ilegal, involucra a banqueros, políticos, fabricantes de armas –entre otros– y a grupos criminales. Son ellos los que ponen las balas y armas que otros disparan; desde luego son también ellos los que reciben todas las ganancias.

Al igual que la “guerra contra las drogas”, el crimen organizado transnacional refuerza la economía global y a la élite político-económica mundial. Lo anterior, al facilitar los procesos de despojo y acumulación, pero también al generar nuevos instrumentos de control, dominación y la eliminación de poblaciones que son consideradas como “desechables”.

El crimen organizado no es una “anomalía” sino un producto del sistema capitalista, le es completamente funcional, de hecho es quizá su expresión más acabada. Galindo llega a esta misma conclusión:

La industria criminal no es un asunto marginal, surgido en las orillas oscuras de las sociedades capitalistas, sino que responde, en todos sus aspectos, a la lógica del capitalismo general y en particular en su etapa de globalización. Es además, en todas sus ramas, un espacio privilegiado para las ganancias extraordinarias.

Es este papel central de la economía criminal en la economía global y la utilización de lo legal para la reproducción del capital ilegal una de las características de lo que aquí denominamos capitalismo criminal.

Se vuelven precisas dos aclaraciones. En primer lugar, el capitalismo siempre ha sido criminal. Un sistema basado en el despojo, la explotación, la dominación y sostenido sobre el asesinato de pueblos enteros para generar la acumulación originaria es fundamentalmente criminal. Sin embargo, como ya hemos dicho, utilizamos esta expresión para señalar cómo el crimen organizado se ha convertido en actor principal del sistema capitalista. En segundo lugar, no pensamos que el capitalismo criminal se trate de una nueva etapa del capitalismo, más bien resulta la expresión lógica y natural de un sistema que desde sus orígenes se ha edificado sobre el crimen.

Ahora bien, las unidades de operación más básicas del capitalismo criminal son las corporaciones criminales. Es ahí donde convergen actores legales e ilegales, los políticos, banqueros, fabricantes de armas y grupos criminales de los que antes hablamos. Estas corporaciones han logrado tejer una compleja red de alcance global capaz de penetrar a diferentes estados nacionales, sin importar las orientaciones político- ideológicas de sus gobiernos. Algunos de sus principales enclaves son México, Colombia, Italia, Rusia, China y EUA.

Las corporaciones criminales forman hoy parte de las burguesías nacionales, pero también de lo que William I. Robinson ha llamado clase capitalista transnacional. Jairo Estrada y Sergio Moreno plantean esta idea de la siguiente forma:

No estamos, pues, frente a un simple “agente parasitario” extraño al bloque de poder, sino frente a una fracción de la clase dominante y, lo que es más importante, estamos frente a una parte del engranaje de un bloque transclasista en cuyo interior la función hegemónica es desarrollada por los estratos más ricos y poderosos, sean estos legales o ilegales (o una combinación de los dos) que fácilmente podrían ser denominados como una auténtica “burguesía mafiosa”.

Al ser el capitalismo un sistema económico, político, social y cultural, la sociedad en su totalidad se ve modificada. La criminalidad toca todos los aspectos de la vida. Miles de familias, comunidades y pueblos son devastados por los efectos más concretos de aquélla. La exacerbación del individualismo y la ruptura del tejido social son algunas de las consecuencias más visibles. Asimismo, permea la idea de que todos somos criminales en potencia. Las víctimas se vuelven victimarios y se les convierte en responsables de sus propias desgracias.

Para las corporaciones criminales –y para el capitalismo en general– todo es mercancía: drogas, armas, hombres, mujeres, niños, niñas, órganos humanos, tierra, agua, minerales… la vida toda. Al observar esto, la filósofa Sayak Valencia ha llegado a la conclusión de que lo que opera en México es una especie de capitalismo gore, que opera por medio de la necropolítica:

La necropolítica es la reinterpretación y ejecución tajante del biopoder, basada en gran medida en las lógicas del enfrentamiento guerrero de las fuerzas, en tanto que ejerce una libertad, “pero se trata más bien de una libertad que sólo puede ser comprendida como poder de arrebatársela a los otros”. La necropolítica es importante porque vuelve a situar al cuerpo en el centro de la acción sin sublimaciones. Los cuerpos de los disidentes distópicos y los ingobernables en México son ahora quienes detentan ‒fuera de las lógicas humanistas y racionales, pero dentro de las racionalistas- mercantiles‒ el poder sobre el cuerpo individual y sobre el cuerpo de la población, creando un poder paralelo al estado sin suscribirse plenamente a él, al tiempo que le disputa su poder de oprimir.

Si las corporaciones criminales son la expresión más concreta del capitalismo criminal en el ámbito económico-financiero, en lo jurídico-político el Estado criminal es la materialización de esta forma del capitalismo. México es hoy una prueba clara de cómo operan el Estado criminal y las corporaciones criminales. Abordamos este tema en el siguiente apartado. […]

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*Técnico Académico en el Instituto de Investigaciones Sociales-UNAM. Licenciado en Sociología. Estudiante de Maestría en Estudios Latinoamericanos-UNAM. Ha publicado artículos académicos en libros colectivos y revistas especializadas. Es columnista
frecuente en medios digitales nacionales e internacionales, como Rebelión y Agencia Latinoamericana de Información (ALAI). Sus líneas de investigación son: Movimientos sociales, Autonomías, Procesos emancipatorios, Capitalismo criminal y Violencias de Estado.

Fuente de la imagen: http://sexta-azcapotzalco.blogspot.mx/2014/12/mexico-que-es-un-narcoestado-no-es-un.html